En el mundo de la superestructura de la sociedad, la utilización de ciertas ideas tiene la capacidad de crear expectativas a través de rumores, noticias falsas, noticias parciales o medias verdades, que inducen a la población, que la predisponen a que asuma determinadas formas de comportamiento. A pesar de lo rústico de esa forma de administrar las ideas, tienen un objetivo, persuadir a la gente para que adopte determinadas actitudes y lleve a cabo ciertas actividades.
Tienen la capacidad de recrear una realidad que no existe, por esa razón se puede afirmar que tienen los elementos para construir la realidad; solo falta activar el disparador y a través de determinados canales comunicacionales, de una manera sistemática, ordenada y sincronizada, distorsionar la realidad. Esto mismo sucede desde hace unas semanas con el tema de la cantidad de dólares en la economía boliviana. Veamos con más detalle.
La estabilidad de precios es patrimonio de todos, pero no es compartida por ciertos personajes que se dieron a la tarea de lanzar opiniones subjetivas amplificadas por medios de comunicación cuya función fue llegar a la gente con el objetivo de introducir miedo y pánico en la población.
Gonzalo Chávez decía: “Las últimas semanas el mercado de las divisas está al borde del ataque de nervios” y “al final, el lobo llegó”. Gabriel Espinoza manifestaba que: “Hay un escenario muy malo para las reservas internacionales”. Antonio Saravia decía: “Con la soga al cuello”. Con esas declaraciones encendían el fuego de la especulación. Estas declaraciones fueron identificadas por el gerente general del IBCE, Gary Rodríguez, quien llamó a la calma y reflexionó a los opinadores cuando dijo: “Lo exagerado de las críticas de los políticos y analistas alentaron expectativas negativas, conflictuaron a la gente”, que generaron “un fenómeno de especulación por parte de los intermediarios y una genuina preocupación de personas que quieren pasar sus ahorros de bolivianos a dólares”. Alberto Bonadona calmó la hoguera cuando sostuvo: “Creo que el Estado puede todavía disponer de dólares para costear las importaciones porque tiene otros activos financieros en las reservas internacionales”.
Las expectativas negativas tomaron como referencia la hiperinflación de los años 80 del siglo pasado, como si los determinantes fueran los mismos (y este es el manejo poco honesto de estos economistas); y las expectativas actuales se centraron en exacerbar y exagerar la disminución de reservas internacionales como si ya no se fueran a recuperar y como si el país dejara de exportar, y azuzaron a la población de que el país ya estaba en el descalabro económico y la indujeron a buscar desesperadamente, en un escenario de pánico, un refugio monetario. Y la gente encontró en el dólar una reserva de valor ante la posible pérdida de valor de la moneda boliviana, puesto que en la época actual el billete verde es la moneda universal. De esta manera se construyó de una manera inducida, artificial y momentánea que la demanda de dólares se sitúe por encima de la oferta de los washingtones que, sin embargo, gracias a la intervención del ente emisor, de una manera lenta y segura se niveló; sin embargo, es preciso reconocer que este exceso de demanda respecto de la oferta de dólares no refleja lo que sucede en el conjunto de la economía, puesto que el proceso de la bolivianización hace que todas las transacciones económicas al interior de la economía sean hechas en moneda boliviana y, por lo tanto, no hay necesidad de demandar dólares, sino tan solo con el objetivo de conformar un refugio de valor; de la misma manera, las necesidades de dólares para la importación tienen un comportamiento regular, predecible y atendible por el sistema bancario y monetario.
La construcción ficticia de expectativas negativas tiene patas cortas, puesto que la realidad de la situación económica boliviana, que tiene entre sus cualidades principales la de preservar la estabilidad de precios como condición para el crecimiento y desarrollo económico, fluye de manera normal, con sobresaltos que son ecos de la crisis internacional que tiene como característica central la inflación y la casi disminución fatal de la producción, con la consecuente subida de las tasas de interés como elemento que frene esta escalada de precios con consecuencias desastrosas para la economía mundial y, obviamente, para el comercio internacional de la economía boliviana.